LA IMAGEN NO ES TODO
Análisis crítico del informe de imagen de gobernadores de CB Consultora-noviembre-2025
El último “ranking de imagen positiva de gobernadores” de CB vuelve a instalar a varios mandatarios provinciales en la parte alta de la tabla: Gustavo Valdés (Corrientes), Claudio Poggi (San Luis), Osvaldo Jaldo (Tucumán), Leandro Zdero (Chaco) y Marcelo Orrego (San Juan) encabezan el listado con números de aprobación que rondan o superan el 60%. A simple vista, el gráfico parece describir un país de gobernadores relativamente bien valorados, donde incluso muchos opositores al gobierno nacional exhiben saldos positivos holgados.
Hasta aquí, lo que el relevamiento hace razonablemente bien es captar una fotografía de clima provincial, distinta de la discusión nacional. No es extraño que, a pocas semanas de una elección legislativa polarizada, muchos ciudadanos evalúen con un prisma distinto a sus mandatarios locales: la gestión cotidiana (salud, seguridad, obra pública, servicios) suele juzgarse con otros criterios que el “voto castigo” o “voto premio” al presidente o al Congreso. Que Valdés, Jaldo o Zamora aparezcan con buena imagen es consistente con lo que se ve en elecciones provinciales recientes: oficialismos fuertes, con máquinas políticas aceitadísimas, consiguen sostener cierto piso de reputación aun en contextos nacionales adversos.
Sin embargo, cuando se pone la lupa y se comparan estos números con el resultado real del 26 de octubre, aparecen desacoples fuertes que obligan a leer la encuesta con cuidado.
Los desacoples: cuando la imagen no se traduce en votos
En varias provincias, la fuerza que ganó la elección legislativa no fue el espacio del gobernador, aunque éste figure con una imagen muy positiva en el ranking.
- Gobernadores como Llaryora (Córdoba), Pullaro (Santa Fe), Cornejo (Mendoza), Frigerio (Entre Ríos) o Zdero (Chaco) aparecen en la franja “media-alta” de imagen, pero el 26 de octubre la lista más votada fue la de La Libertad Avanza, no la de sus armados provinciales.
- En Misiones y Neuquén ocurre algo similar: oficialismos con buena reputación en la encuesta, pero derrotados por terceros espacios en la elección nacional.
- Incluso hay casos como San Juan, donde Marcelo Orrego figura entre los diez mejores del ranking, pero el triunfo legislativo se lo llevó el peronismo local.
¿Qué nos dicen esos desacoples? Al menos tres cosas:
- La encuesta mide “gusto” más que decisión de voto. A mucha gente puede “caerle bien” su gobernador y, al mismo tiempo, usar la legislativa para enviar un mensaje nacional. Ese voto dividido es perfectamente racional: “para mi provincia, que siga este; para el Congreso, prefiero otro”.
- El ranking, al ordenarse exclusivamente por imagen positiva, tiende a “aplanar” el conflicto. Un gobernador con 55% de positiva y 41% de negativa puede quedar mejor ubicado que otro con 52% de positiva pero mucha menor negativa. Desde el punto de vista electoral, lo que importa es el saldo y la capacidad de convertir esa imagen en votos propios o aliados, cosa que el gráfico no muestra.
- La temporalidad importa. La medición es de noviembre, posterior a la elección. Muchos encuestados ya están procesando el resultado del 26-O, reacomodando sus percepciones y, en algunos casos, subiendo artificialmente a quienes “quedaron bien parados” en el nuevo mapa de poder, aunque no hayan ganado en su territorio.
Dicho de otro modo: el ranking capta con cierta fidelidad la “popularidad conversada” en noviembre, pero no refleja necesariamente la estructura real de poder electoral de cada gobernador.
La intencionalidad detrás del ranking
Toda encuesta es, además de una medición técnica, un acto de comunicación. CB no sólo recolecta datos: decide qué pregunta poner en el centro, cómo ordenar a los actores, qué colores usar para destacar a unos y no a otros, y en qué momento del calendario publicar el informe. Esa batería de decisiones construye un relato.
En este caso, hay varios elementos que permiten leer una intencionalidad:
- Foco en la “imagen positiva” y no en el saldo neto.
El cuadro prioriza la barra verde (positiva) y deja en segundo plano la roja (negativa). Eso permite titular con frases del tipo “X gobernadores superan el 50% de imagen positiva”, lo que suaviza el clima de conflictividad y, en algunos casos, mejora la percepción de mandatarios que vienen de ser derrotados o jaqueados electoralmente. Desde el punto de vista periodístico, es mucho más amable hablar de “los 8 mejores, los 8 del medio y los 8 peores” que admitir que en varias provincias el gobernador tiene una sociedad partida en mitades o tercios exactos. - Agrupamiento visual que construye bloques políticos, aunque formalmente no los nombre.
La ordenación en tres franjas (“los 8 mejores”, “los 8 del medio”, “los 8 peores”) y el uso de flechas de suba/baja respecto de mediciones previas sugiere un ranking deportivo. El lector tiende a interpretar que “los de arriba” están consolidando liderazgo, aunque su fuerza haya perdido la elección nacional en su provincia. Es una forma de desnacionalizar la lectura: se baja la intensidad del dato “perdieron el 26-O” y se sube “igual la gente los valora”. - Selección del momento de publicación.
Difundir el ranking poco después de la elección opera casi como un “contrarrelato” frente a la narrativa de triunfo de un solo espacio. El mensaje implícito para gobernadores y para el sistema político es: “Milei ganó la legislativa, pero ustedes siguen siendo relevantes; miren sus números de imagen”. Eso funciona como un bálsamo para oficialismos provinciales golpeados y, al mismo tiempo, como una forma de reafirmar a los gobernadores como jugadores centrales de la etapa que viene. No es casual que estos informes circulen rápido entre asesores, periodistas y propios gobernadores. - Posible sesgo comercial y de mercado político.
CB vende estudios a gobiernos provinciales, intendencias y partidos. Mostrar que “el gobernador X está primero en el ranking nacional” es un producto atractivo para ese cliente. La gráfica, en ese sentido, se convierte en una tarjeta de presentación: quien contrata encuestas quiere verse bien posicionado. Eso no implica manipulación directa de datos, pero sí una tendencia a diseñar indicadores que permitan extraer conclusiones “mostrables” para el poder local.
Cómo debería leerse este tipo de encuestas
Un analista serio no debe desechar el ranking de CB, pero sí integrarlo en un marco más amplio:
- Tomar la imagen positiva como un insumo, no como un oráculo: indica clima, no votos garantizados.
- Mirar siempre la negativa y el saldo neto, especialmente en provincias donde la grieta local es fuerte.
- Cruce obligatorio con los resultados del 26 de octubre: si el partido del gobernador perdió, la pregunta central no es sólo “cuánto mide”, sino ¿cuánto de esa imagen logró transferir a sus candidatos?.
- Preguntarse qué narrativa habilita la encuestadora: ¿a quién le sirve este cuadro?, ¿qué tipo de gobernadores queda mejor parado?, ¿a quién deja en el “banquillo de los peores”?
La encuesta de CB acierta al mostrar que la política provincial no se derritió junto con los oficialismos nacionales y que muchos gobernadores conservan capital simbólico. Pero si se observan los desacoples con el 26-O y se repara en la forma de presentar los datos, el ranking aparece menos como una simple foto neutral y más como lo que realmente es: una intervención en la conversación pública, pensada para sostener la centralidad de los liderazgos provinciales en la nueva etapa política argentina.



